jueves, 25 de mayo de 2017

En la próxima playa

Historias escritas por lectores del colegio Sagrado Corazón de Vallecas


Todos los escritores escribimos para un lector imaginario. O tal vez no todos. Todo y nada, nunca y siempre, son palabras demasiado grandes para ser verdad de principio a fin. El caso es hay escritores que tienen un lector imaginario. Y escriben desde una isla inventada donde nacen y crecen los personajes, unos seres tímidos y pequeños al principio, que se esconden y se acercan y se esconden otra vez, hasta que se hacen grandes y toman confianza. Entonces se vuelven egoístas y descarados. Estés donde estés, delante de las teclas o comiendo un plato de espaguetis, allí están ellos. Exigiendo que lo dejes todo y les hagas caso. Y te acostumbras a que se adueñen de tu vida durante un tiempo y hasta terminas por quererles.
Pero un día, colorín colorado, este cuento se ha acabado. Fin de la historia. Tienes que despedirte. Y cuesta decirles adiós, cómo no, después haber vivido con su aliento en tu nuca de la mañana a la noche. Pero no hay vuelta atrás, haces un rulo con lo escrito, lo metes en una botella y lo lanzas al mar. Y miras al horizonte confiando que alguien, en la otra orilla, recoja tu botella.
Hace unos meses, ocurrió. En una playa de Vallecas, un grupo de niños recogió una de esas botellas y el lector imaginario se convirtió en uno de carne y hueso. Nos salimos al encuentro y  hablamos de islas y de libros, de lo que los libros transmiten y de lo lejos que te llevan. Y después, entre todos, creamos un personaje y acordamos que cada uno se lo llevaría a casa, le elegiría un nombre y le escribiría una historia.
Ahora Juancho, su profesor, me manda esas historias. Y una palabra grande se ha colado aquí y ha conseguido, por una vez, ser verdad de principio a fin. Porque  todos esos lectores de un colegio de Vallecas descubrieron la existencia de su isla imaginaria. A todos, un personaje se les pegó a los talones y se convirtió en su sombra.
Es posible que los folios de la foto parezcan solo papel, pero las apariencias engañan.  Ahí hay un pirata que navega en un mar embravecido; un ogro necesitado de amor; un aventurero en el Amazonas; un tiburón que capitanea un barco; un niño que encuentra un amigo; un monstruo horrendo que se hace la cirugía estética para que le quieran y un tipo genial, descendiente directo de Alonso Quijano. También hay un “to be continued” y un “habrá segunda parte”... Hasta pronto, pues, nos vemos en la próxima playa.

lunes, 30 de enero de 2017

La biblioteca vacía


Tener pájaros en la cabeza es incomodísimo. Un día pierdes un zapato y vuelves con el pie más negro que la capa de una bruja y al siguiente se te olvidan las gafas y le dices “perdone” a la farola contra la que acabas de chocar…
Diréis que a qué viene esta monserga. Qué impacientes, por favor. Voy al grano.
Hace unos días tuve una cita con mis lectores del colegio “Ciudad de Getafe”. Nos encontramos en su biblioteca y hablamos de personajes, de aventuras, de brujas guapifeas, de Picasso, de inspiración… Hablamos también de Diego, el protagonista de “El verano que desaparecieron los Trogloditas”, de acoso escolar y de lo importantes que son los amigos, especialmente cuando estás en apuros. 
Hasta aquí, todo normal. Una cita perfecta, si no fuera porque tengo pájaros en la cabeza. No me dejé las gafas en casa, ni firmé los libros con fechas del futuro, pero... me olvidé de las fotos. 
Cuando me quise dar cuenta, los chicos ya no estaban. Habían dejado las sillas en su sitio, recogido los papeles y colocado los libros. Nadie diría, al mirar la única foto de nuestro encuentro, que dos minutos antes había veinte chicos en esa biblioteca, preguntando, riendo y creando personajes literarios. Solo dos minutos antes, esas mesas estaban llenas de folios, lápices y libros… 
Es incómodo vivir con pájaros en la cabeza, pero a veces también es una suerte porque te permite ver lo que nadie ve. La foto de esa aula vacía habla del respeto de los chicos de Sexto A por su biblioteca. Y habla de Ángeles López, la profesora que no solo les ha descubierto el placer de los libros, sino que también les ha enseñado a sentir y ejercer el respeto que se merecen las bibliotecas. Y esas son cosas que no hubiera percibido en una foto de grupo.




jueves, 29 de diciembre de 2016

¡Adiós, 2016!


2016 se despide de mí con el dibujo de un lector. El lector se llama Marco Navascués Re y vive en un pueblito de Soria. No nos conocemos. O bueno, sí. Nos conocemos, aunque jamás nos hayamos visto. Quiero pensar que a veces ocurre. Que hay un instante en que el tiempo se dobla y escritor y lector viven el mismo, idéntico momento, en días y horas distintos. Quiero creer que hay una conexión dormida en cada libro. Abres un libro, empiezas a leer y, si tienes suerte, la historia te agarra del cuello y te arrastra dentro. Como quien empuja a alguien al agua desde un trampolín. Y cuando ocurre, cuando un libro te engancha, página antes, página después, te encuentras con los ojos del escritor. Sabes que está ahí, entre esas líneas que lees justo en ese momento. 
Aunque me dé pudor decir esto, qué coño, lo voy a decir: miro el dibujo de Marco y tengo la sensación de que la conexión se ha producido. De que Cornelia nos ha presentado: Marco, Raquel. Raquel, Marco. Él es pequeño para saberlo, pero nos hemos mirado a los ojos. Solo por esta sensación ya le perdonaría a 2016 lo árido que ha sido a veces. Demasiadas, quizás. Bueno, le perdono por el dibujo y también porque he conocido Berlín; porque he publicado libro nuevo; porque me he reído una hartá; porque he brindado en más de tres ocasiones y porque, la verdad verdadera, pesa mucho más lo bueno que lo regular. 

¡Feliz año nuevo, Marco!

jueves, 15 de diciembre de 2016

UNA HABITACIÓN PROPIA




A veces me recibe como a una hija pródiga. La ventana soleada, la mesa en desorden, los lápices afilados y la temperatura ideal, ni frío ni calor. Un recibimiento en plan: "¡Te echaba de menos! ¿Qué haces que no empiezas a trabajar?". Cuando la habitación propia que me prometió Virginia Wolf me acoge con los brazos abiertos, me hace sentir que este es mi sitio en el mundo. Que nada, jamás, me hará tan feliz como teclear sin tregua. Que escribir es surcar el mar al timón de un barco pirata y que es eso, precisamente, lo que siempre he querido hacer. Son los días luminosos en los que este oficio es tan divertido como ir al cine con una caja de palomitas… Pero pasado ese tiempo de buenaventura (que con más buenaventura pueden ser meses) de repente un día tu cuarto da un portazo y echa la persiana. Como quien echa el cierre. Tú quieres entrar. Es tu habitación. Abres y al instante sientes una bocanada de aire que te deja helada y te expulsa de allí. Miras de lejos la mesa vacía, los lápices romos, los libros ordenados como si… En fin, los miras como si fuesen ellos los que clavasen sus ojos en ti. Ajenos a ti. Como si estuvieran a punto de lanzarse de canto contra tu frente. No entres, te dicen, como si les hubieras traicionado. Este no es lugar para flojos, te escupen. Y tú pasas de largo y los días de remordimiento se suceden y tengo que escribir es el pensamiento enfermizo del que no consigues zafarte. Y no sabes qué hacer ni dónde refugiarte. Porque la verdad es que ni eres pirata ni el barco era tuyo; el mar estaba de galerna y el timón rulaba, descontrolado, a babor y estribor mientras tú naufragabas… 
Desdramaticemos, por favor. Soy escritora. No hay que asustarse. No pasa nada. Al amanecer del día equis tras el naufragio, la puerta de la habitación propia se abre de golpe como se abriría el ojo de buey de un barco, y el sol entra a empujones y lo invade todo como si fuera verano. Y te acuerdas de que, oh sí, sí que eres pirata y dominas el timón y conoces el mar mejor que Neptuno y el mar te ama tanto como a la sirenita. Y todo vuelve al principio. 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

QUÉ VÉRTIGO




Vaya por delante que no voy a destripar nada. 
Black Mirror me está aterrorizando. Me senté a verla tan tranquila, creyendo que era ciencia ficción. Y no. De ficción nada. Es un grito de alerta: “¡Eh, atentos, el futuro está aquí y no mola!”. No mola nada. Hasta Black Mirror, cuando leía o escuchaba que todos nuestros mensajes y conversaciones los lee y escucha el Gran Hermano, pensaba ¿y a mí qué me importa? No hay nada que el Gran Hermano pueda hacer contra mí con esa información. No hago nada (bueno, casi nada) fuera de la ley. Así que vivía feliz e insensata con mis redes. Estás enganchada, me decían. Vale, sí, ¿y? Las redes son una forma más de comunicación y me encanta comunicarme. Hablar y escuchar. Leer y que me lean. ¿Eso es malo? ¡No! Bueno, sí. Bueno, no. A ver. Yo creí que las redes, menos twitter, eran geniales. Twitter no. Todas esas entraditas que se multiplican como células cancerígenas, descontroladas perdidas, me ponen nerviosa. Total, a lo que iba, que yo era una adicta feliz y entonces alguien, seguramente en Facebook, habló de Black Mirror. Y empecé a verla. Y descubrí lo que el Gran Hermano puede hacer conmigo y con toda esa información sobre mí que filtro constantemente en las redes… Así que esto era el futuro… No hemos enviado una nave tripulada a Marte. No hay terrícolas viviendo en la Luna. No viajamos en el tiempo. No hay vacuna contra el sida. Ni cura contra el cáncer. No hemos acabado con la hambruna. No hay paz para los malvados ni para los buenos. No hemos salvado el planeta… ¿Qué hemos hecho, entonces, aparte de dejar que nos engañen y nos conviertan en marionetas? 
Qué vértigo y qué estafa de futuro. 

sábado, 22 de octubre de 2016

ESCRITORAS





El día de las escritoras pasó para mí sin pena ni gloria. No me convence. No creo que sirva para mucho más que iluminar a las autoras durante 24 horas, para echarlas al olvido inmediatamente después y ojalá me equivoque. Pero, en fin, dice mi amiga Ana Campoy que un día de luz es mejor que nada, y en eso estoy de acuerdo. 

El caso es que, a raíz de la celebración de ese día, me ha dado por repasar las lecturas de mi vida. No todas, claro, solo las que vienen a mi mente en primer lugar. Los libros que me han llevado a amar a sus autores, sean hombres o mujeres, y a querer, a necesitar que me den más.

En mi modestísima biblioteca hay más libros de hombres que de mujeres y, sin embargo, me he dado cuenta de que pesan más ellas que ellos. Y he descubierto que no necesito revisar los lomos para recordar a mis autoras.
Enid Blyton fue mi primera adicción literaria. Mi primer síndrome de abstinencia. Años después llegaron para quedarse Simone de Beauvoir, Rosa Chacel, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet, Montserrat Roig, Rosa Montero, Marguerite Duras, Isabel Allende, Patricia Highsmith, Cornelia Funke, Doris Lessing, K.J. Rowling, Almudena Grandes… Ya paro aquí. Todas han tenido y tienen un peso en mi vida. De todas hay un libro que me ha estrujado el corazón y me ha cambiado, de una u otra manera.
Las he nombrado, no a todas, ni en el orden en que llegaron, ni por género literario, ni por la edad del lector para el que escriben, sino tal y como me han venido a la cabeza. 
Y es entonces cuando descubro, a raíz del día de las escritoras, que aunque he leído más libros escritos por hombres, son más las mujeres que llegaron a mi vida para quedarse. Y quería hacerlo constar. Como homenaje a todas ellas. A las que recuerdo, a las que he olvidado y, sobre todo, a las que ha olvidado la historia.

martes, 26 de julio de 2016

Celsius 2016




Mientras dura el Celsius, Avilés se convierte en una tela de araña. Cuando te quieres dar cuenta, estás atrapada sin remedio. Como una mosca. Atrapada y dispuesta a dejarte devorar. Te deslumbran sus días y te enganchan sus noches. Te enredas paseando la ciudad a solas y te enredas en encuentros breves y en conversaciones largas; te enredas en brindis al sol y te enredas en copas de madrugada con las piernas ya encogidas debajo del vestido, que aunque el país entero arda de calor tú estás en el norte, mujer afortunada. 
La resaca de este Avilés literario es de las duras. Normal, supongo, cuando te han atrapado en una telaraña, te han envenenado, devorado y después te han escupido a tu vida de siempre. Y tú amas tu vida, sí, pero vas a necesitar una dosis extra de vitamina C para superar la situación y volver a tu ser.
A Avilés, mientras el Celsius, va una a cometer excesos emocionales. Yo como soy muy, muy de flechazos, siempre vuelvo a casa como una adolescente al final del verano. 
Este año he vuelto con una conversación a la luz de la luna llena, unas risas locas de las que curan el alma; una cena despacio, de a tres, en el jardín trasero de un bar; un cachito  (que no cachopo) de Matrix de camino a un karaoke; dos bombones de chocolate en un paseo a solas (el chocolate, como placer solitario, es de lo mejorcito que se ha inventado) y más arroz con leche del límite que había jurado no traspasar (esa cobertura crujiente de azúcar quemado no hay quien la resista).
Bueno, vaya, y también vuelvo con mi parte de bagaje intelectual. A saber: presenté mis libros y presenté los libros de otros escritores; hice cola para conseguir que me firmasen mis ejemplares y acudí a mesas redondas y a charlas… Pero eso puede ocurrir y ocurre en cualquier evento literario. Lo otro no. Lo otro, lo de convertirte en mosca atrapada en una telaraña, solo en el Celsius. Ahí llegas buscando literatura y vuelves enamorada perdida. 
¡Ay, cuánto os voy a echar de menos!