2016 se despide de mí con el dibujo de un lector. El lector se llama Marco Navascués Re y vive en un pueblito de Soria. No nos conocemos. O bueno, sí. Nos conocemos, aunque jamás nos hayamos visto. Quiero pensar que a veces ocurre. Que hay un instante en que el tiempo se dobla y escritor y lector viven el mismo, idéntico momento, en días y horas distintos. Quiero creer que hay una conexión dormida en cada libro. Abres un libro, empiezas a leer y, si tienes suerte, la historia te agarra del cuello y te arrastra dentro. Como quien empuja a alguien al agua desde un trampolín. Y cuando ocurre, cuando un libro te engancha, página antes, página después, te encuentras con los ojos del escritor. Sabes que está ahí, entre esas líneas que lees justo en ese momento.
Aunque me dé pudor decir esto, qué coño, lo voy a decir: miro el dibujo de Marco y tengo la sensación de que la conexión se ha producido. De que Cornelia nos ha presentado: Marco, Raquel. Raquel, Marco. Él es pequeño para saberlo, pero nos hemos mirado a los ojos. Solo por esta sensación ya le perdonaría a 2016 lo árido que ha sido a veces. Demasiadas, quizás. Bueno, le perdono por el dibujo y también porque he conocido Berlín; porque he publicado libro nuevo; porque me he reído una hartá; porque he brindado en más de tres ocasiones y porque, la verdad verdadera, pesa mucho más lo bueno que lo regular.
¡Feliz año nuevo, Marco!