Yo iba a un viaje iniciático, o algo así.
Se lo dije a Laia, la chica de la editorial, cuando nos encontramos en la
puerta de la Matute: "Esto para mí es un viaje iniciático. No vengo a
hacerle una entrevista a Ana María Matute. Vengo a mucho más". Así, a
bocajarro. Ahora, recordando todo lo que hice, me da vergüenza mi osadía. Pero
cómo estaría que la chica de Destino se contagió de mi emoción y al final se
despidió de mí con un abrazo. Y quedó en mandarme a casa una novela negra que
también le llevó a la Matute, porque a la Matute le pirria el género negro.
Pero mi osadía con Laia no fue nada
comparada con mi osadía con Ana María Matute. Esta mañana, caminando hacia el
tren para venir a trabajar, me acordé otra vez y me ardía la cara de la
vergüenza: "Estás mal, Raquelita. Eso no se hace, cómo te atreviste".
Porque, ¡Dios mío!, hablé con ella de escritora a escritora. Con dos ovarios
como dos planetas. ¡Hablando con la reina madre como si fuésemos del mismo
hemisferio! Nos mirábamos y nos entendíamos: "Me recuerdas a una de mis
sobrinas" (esas sobrinas a las que les contaba sus cuentos). Y yo entendí
cada una de sus palabras. Ella es ella. O sea, éramos una reina madre y una
polilla africana, pero sé que las dos, en algún momento, compartimos un
secreto. El mismo que comparto con vosotros y que es secreto porque, si no eres
escritor, no lo conoces. No sé si me explico.
Creo que esta crónica va a ser un poco
fiasco para vosotros porque se me amontonan las imágenes y los sentimientos. Me
temo que voy a ir saltando de unas cosas a otras. Delante y atrás. En fin, si
veo que queda muy chapucero, me abro un word y empiezo otra vez. O no, porque
me cuesta escribir esto.
Me recibió su hijo. Un hombre muy grandote
y muy serio. Y yo entré en esa casa como quien entra en un templo. Con una
emoción y una solemnidad interior que no recuerdo haber sentido.
Entré en su casa, con Laia. Nos pasaron al
salón donde, supongo, hace todas las entrevistas. Está pegado a la entrada, es
pequeño, hay libros por todas partes, fotos, dibujos enmarcados, una chimenea y
una casa de muñecas inglesa: "¿Esa es la casa de los gnomos?".
"Sí". "¿Pero de verdad crees que los gnomos existen?".
"Sí".
¿Veis? Me adelanto. Me desordeno. Volvamos
a mi entrada en la casa.
Nos habíamos sentado Laia y yo en sus
sillones de cuero y, al momento, Laia se levanta: "Mira, ya está
aquí".
Yo no había oído nada pero Laia conoce el
salón de las entrevistas y los sonidos de la casa. Me levanto y la sigo hasta
la entrada. Ahí mismo. Y entonces, por primera vez en mi vida, veo caminar
hacia mí a un hada. Es pequeña, porque la Matute era grande pero las hadas, ya
se sabe, acaban modificando su aspecto para parecerse a sí mismas. Apoyada en
su muleta avanza hacia el salón, que está a un palmo, pero avanza muy lenta.
Con un silencio y una lentitud atemporales. Como si su cuerpo no pesase más que
una pluma. Yo no respiro.
Nos sentamos y empieza la entrevista.
Bueno, no. Antes, Laia le dice: "Ana María, ¡que me he casado!". Y
Ana María se para en seco, sonríe, la felicita y le reprocha no haberla invitado:
"Con lo bien que me lo hubiera pasado en tu boda". Más tarde, cuando
ya nos conocemos, surgirá otra vez el tema de la boda: "Así que te has
casado... ¿Y cómo no invitaste a la Matute? Me hubiera tomado un gintonic en tu
boda". Y Laia le enseñó una foto que lleva en el móvil, y Matute, después
de verla, me pasa el móvil a mí: "Es guapo, el chico, ¿verdad?". Le
digo que sí, y a Laia le digo que me gusta el ramo. "¿El ramo?”, pregunta
Ana María: "Ay, déjamelo otra vez, que no me he fijado en el ramo".
Pero eso fue después, cuando ya nos conocimos.
Ana María está delicadísima de salud. Se
cansa cada poco y yo, a los quince minutos, quise terminar la entrevista. Me
dije: "Apáñatelas con lo que tienes, guapa". Miré mi cuestionario, se
quedaban un montón de preguntas. Hice de tripas corazón y dije: "Bueno, yo
ya tengo suficiente". Pero Ana María no hizo ademán de levantarse. De
hecho, fue entonces cuando salió otra vez lo de la boda y cuando vimos la foto
de los novios. Así que seguimos hablando y hablando. Hasta que hablamos de mi
novela: "¡Ay, qué bonito! Que título tan bonito, ¿la has traído?".
Vuelco al corazón. Y no, claro que no la había llevado. Me da vergüenza. Y la
charla sigue, así que hablamos también de la feria del libro. Le cuento que en
vez de firmar "junio" firmé "septiembre 2013". Se ríe con
ganas y, de repente, recuerda: "¿Sabes qué me pasó una vez en una firma?
Es que la gente a veces... Se me planta delante una mujer y me suelta: 'Para mi
suegra'. Y voy yo y escribo: "Para mi suegra". Qué risa, por favor,
qué risas hicimos con eso. Bueno, con eso y con más cosas porque el hada está
delicada de salud pero tiene el sentido del humor intacto. Y la energía
emocional, por decirlo de alguna forma, también.
"¡Que bonita es tu camisa!", me
dice. Le digo que la suya también y me dice que sí, y que también sus
pantalones son bonitos, y me invita a tocar la tela, tan fresquita. Y que dónde
me había comprado mi camisa, que ella ya solo puede comprar en El Corte Inglés,
porque tiene que ir en silla de ruedas.
Qué vital es ella. Qué disfrutona. Qué regalo, el de su tiempo.
Hablamos de literatura infantil, de Harry Potter: "¡Me encanta! ¡Es buenísimo!". De Enyd Blyton, le digo que fue la primera lectura que me enganchó y que desde entonces me gustan los libros que hablan de comida: "¡Ay, igual que a mi hijo! Estaba leyendo Los Cinco y me decía: 'Mamá, es que me entra mucha hambre, que siempre están comiendo sandwiches". De sus dos maridos: el malo (el primero) y el bueno. De Neruda: "Me llevó abrazada y mi marido me dijo: 'Ahora no te vas a limpiar el abrigo ni a ducharte nunca más". Le digo que yo siento en su presencia, lo que debió de sentir ella con Neruda y con Cortázar y levanta los brazos, escandalizada: "¡Anda, anda, anda!".
Qué vital es ella. Qué disfrutona. Qué regalo, el de su tiempo.
Hablamos de literatura infantil, de Harry Potter: "¡Me encanta! ¡Es buenísimo!". De Enyd Blyton, le digo que fue la primera lectura que me enganchó y que desde entonces me gustan los libros que hablan de comida: "¡Ay, igual que a mi hijo! Estaba leyendo Los Cinco y me decía: 'Mamá, es que me entra mucha hambre, que siempre están comiendo sandwiches". De sus dos maridos: el malo (el primero) y el bueno. De Neruda: "Me llevó abrazada y mi marido me dijo: 'Ahora no te vas a limpiar el abrigo ni a ducharte nunca más". Le digo que yo siento en su presencia, lo que debió de sentir ella con Neruda y con Cortázar y levanta los brazos, escandalizada: "¡Anda, anda, anda!".
Y me da permiso para hacernos una foto
juntas: "Claro, ven, siéntate aquí, conmigo". Y entonces, despacito,
como lo hace todo, me levanta el brazo y lo enlaza con el suyo: "Ahora soy
yo la que no podrá lavar nunca esta blusa", y se ríe y me llama exagerada.
Y le doy un beso. Y Laia hace fotos y salen TODAS borrosas y alguna ni siquiera
sale. Cosas de la magia. Cosas de las hadas. Ana María Matute es como
Campanilla. Traviesa, etérea y deslenguada.
Al despedirme la abrazo suave, con miedo a
que desaparezca de repente. Le doy las gracias por el regalo de su
conversación. Me dice: "Mándamela, ¿eh?" (la entrevista).
Ah, y Laia le había llevado las últimas ilustraciones para el próximo
cuento que le van a reeditar. Y ella, Ana María Matute, me las fue pasando
según las veía: "Mira esta, ¿a que se ve que el niño está triste".
"Mira esta, ¿te gusta? ¿Verdad que es bonita?".
¿No es lo más de lo más? Jamás he visto semejante ausencia de soberbia, de ego. Nunca he estado en presencia de una persona tan excepcional. Tan desprovista de vanidad. Tan acogeedora. Como estar con una madre.
¿No es lo más de lo más? Jamás he visto semejante ausencia de soberbia, de ego. Nunca he estado en presencia de una persona tan excepcional. Tan desprovista de vanidad. Tan acogeedora. Como estar con una madre.
Salimos Laia y yo de la casa y nos despedimos en la acera. Entonces eché a
andar hacia el autobús y tenía tantas ganas de llorar, tanta emoción amontonada
en el pecho que pensé en sentarme en algún banco a dejarme llevar. Pero me dio
vergüenza y no lo hice. Solo se me escapó alguna lagrimita disimulada y muchos
suspiros, camino de la estación. Y sigo envuelta en esa sensación de mirar
estupefacta a la gente con la que me cruzo: "¿Pero es que no lo veis? ¿No
se me nota? ¡Se me tiene que notar que me ha tocado un hada! ¡Pasmados, que
estáis pasmados!".
Qué bonito lo que has escrito y que bonito momento. ¡Te envidio! Pronto tendremos también que dejar de lavar alguna camisa cuando estemos a tu lado.
ResponderEliminarMuchos besos.
Gracias, Maripicos :-).
ResponderEliminarElla es una leyenda.
Ayer me llamó una amiga para darme el pésame. Yo, que no vivo en el mundo, ni me había enterado. ¡Qué gran pérdida, por los Siete Soles!
ResponderEliminarPrecioso tu correo, Raquelilla. Muchas, muchísimas gracias por compartir con nosotros este pedazo de tu alma. Emocionante. Yo había leído un pequeño resumen que me mandaste (todavía lo conservo), amén de la entrevista (que no sé dónde está)..., pero esto es lo más de lo más; me has emocionado y yo también querría llorar contigo...
Agradece el privilegio de ser escritora. Agradece el privilegio de haberla conocido, de haberla tocado y abrazado.
Con cariño.
Gracias, Chab.
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