jueves, 26 de mayo de 2016

Cosas que pasan en primavera






Perdonen las disculpas, pero escribir un blog no es tan fácil. De ahí el vacío en este diario desde hace meses. Hay escritores que cuentan cada día las palabras que llevan escritas y convierten cada recuento en algo especial. Yo no puedo. No puedo porque es posible que lo que escribo un día, al siguiente lo tire entero a la papelera. 
En realidad, los días de una escritora son muy parecidos. Casi nunca pasa nada. Nada especial, quiero decir. Escribes, borras, lees (vas al cine), escribes, borras, lees (ves una serie de un tirón y después te duele la barriga de remordimiento), escribes, borras, lees (quedas con tus amigos), escribes, borras, lees (te quedas atrapada en las redes). Nada especial. En realidad estoy deseando que llegue mi otra vida y escribir en mansiones escondidas en el corazón del bosque; navegar en el barco de un pirata a punto de enterrar un tesoro y subirme en trenes de largo recorrido con destino a ninguna parte… Cuando llegue ese momento estaréis delante de la pantalla, nerviosos perdidos, esperando a que aparezcan mis nuevas hazañas. Y yo os contaré que me paseo por el bosque vestida con un kimono de terciopelo y seda. Y que el pirata se ha enamorado de otra y me ha dejado al timón del barco. Y que en el tren en el que viajo tengo un compartimento solo para mí, donde me sirven té con pastas y sandwiches de Enid Blyton.
Pero de momento, mi vida es la que es y mientras espero sentada a que lleguen mis días piratas, es probable que no tenga nada especial que contar y es seguro que a vosotros (si es que existe un vosotros) os importará un bledo lo que haga yo cada semana. Claro que corro el riesgo de quedarme más sola que la luna, si es que no lo estoy ya (creo que esto lo he dicho aquí hace tiempo) pero a menos que invente sin parar para rellenar estas páginas, volveré a desaparecer sin remedio (diréis que para qué quiero este blog, entonces y yo os diré que no tengo ni idea).
El caso es que últimamente sí están ocurriendo cosas, además de la secuencia escribir-borrar-leer-escribir-borrar-leer. Exactamente desde que empezó la primavera. Siempre sucede. Un libro sale al mundo y el mundo cambia un poco y empiezan a ocurrir cosas importantes. Cornelia y el intruso del bosque se convirtió en marzo en un libro de carne y hueso. De papel y tinta. Con su dedicatoria, sus ilustraciones de Mar, su portada y su marcapáginas. ¡Tan bonito! 
Así que desde primavera, mi vida fluye alterada. Cornelia y yo hemos salido de nuestros escondrijos para zascandilear por ahí. Estuvimos, entre otros fascinantes lugares, en la feria del libro de Valencia (firmando bajo los naranjos); en La casa del libro de Madrid (firmando en el que fue el despacho de Ortega y Gasset) y en Galicia (firmando en Carballiño, el lugar donde la exuberante Emilia Pardo Bazán se recluyó a escribir una de sus novelas). Y aunque no hay barco pirata en el horizonte, esta vida tampoco está tan mal. Nada mal, diría. Porque el encuentro con los lectores es uno de los momentos más gratos de este oficio. Hay un instante en el que tus ojos y los suyos se encuentran y confirman algo. Algo parecido a una relación antigua en la que se comparten secretos. Stephen King explica ese instante como solo él sabe en Mientras escribo. Pero como me compré ese libro en edición digital, me eternizaría buscando sus palabras para transcribirlas aquí. Me está bien empleado.

Y, bueno, es casi todo de momento. Ahora empieza la feria del libro de Madrid. La fiesta de los libros. Mi favorita. Prometo volver y contar cómo ha sido, si es que aún hay alguien del otro lado de la pantalla.