miércoles, 2 de noviembre de 2016

QUÉ VÉRTIGO




Vaya por delante que no voy a destripar nada. 
Black Mirror me está aterrorizando. Me senté a verla tan tranquila, creyendo que era ciencia ficción. Y no. De ficción nada. Es un grito de alerta: “¡Eh, atentos, el futuro está aquí y no mola!”. No mola nada. Hasta Black Mirror, cuando leía o escuchaba que todos nuestros mensajes y conversaciones los lee y escucha el Gran Hermano, pensaba ¿y a mí qué me importa? No hay nada que el Gran Hermano pueda hacer contra mí con esa información. No hago nada (bueno, casi nada) fuera de la ley. Así que vivía feliz e insensata con mis redes. Estás enganchada, me decían. Vale, sí, ¿y? Las redes son una forma más de comunicación y me encanta comunicarme. Hablar y escuchar. Leer y que me lean. ¿Eso es malo? ¡No! Bueno, sí. Bueno, no. A ver. Yo creí que las redes, menos twitter, eran geniales. Twitter no. Todas esas entraditas que se multiplican como células cancerígenas, descontroladas perdidas, me ponen nerviosa. Total, a lo que iba, que yo era una adicta feliz y entonces alguien, seguramente en Facebook, habló de Black Mirror. Y empecé a verla. Y descubrí lo que el Gran Hermano puede hacer conmigo y con toda esa información sobre mí que filtro constantemente en las redes… Así que esto era el futuro… No hemos enviado una nave tripulada a Marte. No hay terrícolas viviendo en la Luna. No viajamos en el tiempo. No hay vacuna contra el sida. Ni cura contra el cáncer. No hemos acabado con la hambruna. No hay paz para los malvados ni para los buenos. No hemos salvado el planeta… ¿Qué hemos hecho, entonces, aparte de dejar que nos engañen y nos conviertan en marionetas? 
Qué vértigo y qué estafa de futuro.